Llegué a NPH el 13 de agosto del año 1983, a la edad de 12 años, con mucha incertidumbre y con un profundo dolor por estar lejos de mi familia, pero estar en NPH era lo mejor para mí en ese momento de mi vida. Fue difícil adaptarme, me tomó muchos meses sentirme parte de la casa, pero desde el primer momento Dios me mostró, sin yo darme cuenta en ese momento, de que enviaría ángeles a mi vida, siendo el primero de ellos el Padre Wasson, por supuesto.
Pero al año de estar en la casa, llegó un sacerdote, apasionado por ser parte de nuestras vidas y servir a Dios en nuestra casa. Vi al Padre Felipe por primera vez en el patio de la hacienda y me acerqué a él y le ofrecí darle un recorrido por la casa, él lo aceptó y, desde ese momento, se convirtió en mi segundo ángel en NPH.
Desde los inicios, el Padre Felipe me sorprendió por su forma de ser, esa entrega incondicional a todos nosotros, cualquier pequeño que se acercaba a pedirle un consejo lo recibía sin duda alguna. Bromear con él era fácil, siempre con una respuesta sarcástica, pero me acostumbré a su humor y me hacía reír con su forma de decir las cosas. Estuve durante 11 años a su lado apoyándolo como Año Familiar en su casa; luego de terminar mi servicio, me dejó con él y estuve a su lado en mi Bachillerato y Universidad. Creo que me convertí en un reto para él, para ayudarme a salir a delante, pues desde entonces el padre ya tenía un hijo más con quien iniciaría a trabajar el comportamiento de un ‘Pequeño Hermano’, para ayudarme a transformarme en una persona de bien.
Los valores que siempre me impactaron de él fueron que: era un hombre justo sin importar de quién se tratara; si merecía algo se le debía dar y si merecía algo por una mala actitud también debía tener su reflexión. Sabía tomar decisiones de cada situación, ya fuera un problema o un consejo de quien se lo pidiera. Las cosas las tomaba con calma, poniendo mucha atención a lo que se hablaba y sus respuestas eran con mucha justicia y sinceridad. Aprendí de él la disciplina en todo lo que hacía, el valor de la puntualidad, respetar la rutina del día y amar a los animales (siempre tuvimos un perro en casa que cuidar). Le encantaban las hamburguesas y las disfrutaba viendo una buena película después de un largo día de trabajo.
Con mi persona, cada vez que le pedía un consejo me decía que le pidiera primeramente a Dios que me ayudara, y a poner mucho de mi parte y que siempre confiara que Dios estaría a mi lado.
Por otra parte, por mucho tiempo estuve a su lado en los eventos espirituales de la casa, los cuales él hacía con mucha entrega, servía con mucho amor y sorprendía a todos cada momento que se festejaba. Cada fin de semana escuchábamos sus misas y, muy entregado, nos hacía estar atentos para recibir el mensaje de Dios; sus homilías siempre eran contándonos una anécdota, todos esperábamos: “¿Y ahora de qué nos hablará?’’.
Yo estoy eternamente agradecido con Dios por haberlo puesto en mi camino, mi paso por NPH fue más fácil a su lado y mucho de lo que ahora soy es gracias a él. Le agradezco por todos sus consejos con los que logré formar mi propia familia, de la que él siempre estuvo orgulloso.
Hoy, le mandó un mensaje hasta el cielo:
Padre, esta Navidad teníamos una cita en México y nuevamente nos veríamos y compartiríamos un momento, donde nos pondríamos al día de lo que ha pasado en nuestras vidas. Lo siento padre, ya no alcancé a llegar.
Pero sé que esa plática la tendremos un día en el cielo, donde espero volverlo a ver.
Lo quiero con todo mi corazón. Hasta pronto…