Soy Karla Sánchez y vengo de Tela, Atlántida un departamento ubicado al norte de Honduras. Viví mis primeros cinco años allí y nos mudamos a Tegucigalpa para quedarnos con mi abuela porque mis papás se fueron a trabajar a Estados Unidos, ya tienen 22 años de estar allá. Hemos seguido en comunicación y espero poder verlos en persona algún día.
Tengo un hermano con parálisis cerebral. Recuerdo que cuando tenía tres años, aún vivía en Tela, era muy difícil llevarlo a que recibiera rehabilitación. La discapacidad no tenía importancia en aquel momento. Nos quedaba muy lejos el centro más cercano donde le pudieran atender y lo llevábamos una vez al mes.
Él fue mi mayor motivación para estudiar terapia funcional. Mi hermana y yo lo metíamos al andador y movíamos sus piernas. En nuestra inocencia estábamos jugando, sin saberlo, estábamos dándole terapia y le ayudábamos a su estimulación y desarrollo. Ahora vive también en Estados Unidos con mis papás y está teniendo una vida muy independiente.
Luego fui creciendo y entendiendo lo que quería, seguir ayudando a las personas con discapacidad. La gente que sabía de este deseo me decía que en el país no había algo como eso, me hablaban de otras opciones.
Sin embargo, yo seguía con mi sueño y justo en una visita a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), logré encontrar la carrera de terapia funcional y sin pensar más, supe que era lo que buscaba.
Admiro a mis papás, aunque ellos no estuvieron físicamente con nosotros, siempre nos enseñaron el valor del amor, la familia y el trabajo. Ellos trabajaron mucho para sacarnos adelante y a pesar de estás lejos siempre estuvieron para nosotros.
Tengo una bella familia, una hermosa niña de dos años y mi esposo que son mi motivación para seguir esforzándome. Mi hija es la motivación en los días malos, me motiva a seguir adelante en los días de cansancio y estrés.
Antes de llegar a Casa Ángeles, el lugar de atención a la población con discapacidad, tuve una experiencia previa como barista en un café durante estuve en la universidad. Mis papás me apoyaban y no había necesidad de trabajar, pero yo quería hacer, así que laboré por ocho meses a pesar de haber logrado un contrato permanente.
Mi llegada a NPH fue imprevista, pues mi servicio social lo iba a realizar en Comayagua, a casi dos horas de Tegucigalpa. Ya tenía todo listo para irme, cuando a último momento me lo cambiaron a Casa Ángeles.
Por mis prácticas de algunas clases en diferentes instituciones que trabajan con personas con discapacidad, ya conocía algunos de los jóvenes que atendía en esos centros y estaban también en Casa Ángeles, por lo que no fue difícil integrarme.
Empecé en el 2018 y recuerdo que la primera persona que vi y me dio la bienvenida fue Fabricio, me dio un recibimiento muy bonito. Un joven con parálisis cerebral que ya conocía y había atendido. Me sentí muy bien recibida, pues con su manera de comunicarse me dijo que le alegraba mucho verme.
Al final de mi servicio en enero de 2019, me ofrecieron el trabajo como terapeuta y fue muy bonito que me abrieran las puertas como profesional. Fue una sorpresa porque estaba en proceso también de independizarme.
En enero de 2023 la coordinadora decidió salir de la institución y me recomendó para cubrir su posición. Estaba muy temerosa, porque si bien conocía ya la casa, los pequeños y las actividades que hacíamos, esto era muy diferente a ser terapeuta.
Estuve un par de meses como coordinadora interina, hasta que ya oficializaron mi nombramiento. Desde entonces soy la coordinadora, y aunque la mayor parte de mi trabajo es administrativo, disfruto mucho seguir dando terapia y apoyando al equipo con nuestros pequeños y pequeñas.
El mayor desafío que tenemos es que nuestros niños estén estables. Son los retos más grandes: que los 16 jóvenes estén compensados y estables. Hacemos todo lo posible para esto sea una realidad.
Recuerdo mucho a una de las niñas que en aquel momento tenía dos años. Cuando la conocí, tuve la impresión de que fuera muy frágil, muy pequeña y con una condición muy delicada. Lastimosamente falleció, y me hizo enfocarme en que estuviera bien, porque supe que estaban necesitados también de amor y nosotros podemos dárselos.
Esta experiencia me hizo llenarme de fuerza, de motivación para dar siempre lo mejor de mí por ellos y llenarlos de amor. Lo más importante de mi trabajo es que se sienta amados, que estén bien y que se sientan integrados.
Profesionalmente estoy viviendo el sueño de prestar mi servicio a los beneficiarios en Casa Ángeles, y también a nuestros colaboradores, que son parte de un gran equipo.
La terapia es darle sentido a la vida de quienes tienen una discapacidad. Quiero que nuestros niños y niñas tengan un acercamiento con sus familias, que estén llenos de amor y siempre estén felices. Que se sean parte de la gran familia que es NPH y tengan una inclusión en la sociedad.