Aprender a Asistir con el Corazón

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El cuidado de la salud de los niños y niñas en Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) El Salvador es posible gracias a profesionales que se entregan día a día, con amor y solidaridad. Personas, como la enfermera Consuelo, hacen que los niños gocen no solo del bienestar físico, sino también de la tranquilidad de que hay alguien que los asiste con paciencia y cariño.

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Blanca Consuelo Peñate, conocida con cariño entre los pasillos de NPH El Salvador como ‘‘Coni’’ o ‘‘enfermera Coni’’, lleva desempeñándose como enfermera de turno de la Clínica El Refugio desde abril de 2008. 

‘‘La verdad yo no conocía la gran y hermosa familia que es Nuestros Pequeños Hermanos. Yo hacía turnos en un hospital privado. Un día una compañera de trabajo me llamó y me dijo que el Dr. Martínez (el médico de NPH El Salvador de ese entonces) estaba solicitando dos enfermeras para una fundación’’, relata ella. 

Con esa invitación en mano, Consuelo y su compañera no dudaron en partir inmediatamente al día siguiente hacia el hogar, para conocer de qué se trataba esa oferta laboral. 

NPH El Salvador se encuentra localizado en el municipio de Texistepeque, sobre una calle rural en la que no se frecuenta el acceso de cualquier vehículo. En aquel entonces, Consuelo y su compañera tuvieron que viajar en autobús desde Santa Ana hasta llegar al punto de la carretera en donde inicia la calle pedregosa hacia el hogar, y desde ahí echaron a andar caminando. 

‘‘Nos pusimos nuestro uniforme, veníamos bien bonitas de blanco, pero no me imaginé que fuera tan lejos. Veníamos a medio camino y ya estábamos cansadas. Recuerdo muy bien que pasamos por una casita a tomar agua y a pedir usar el baño. Después de un rato, nos sentamos y vimos un camión que vendía verduras y le preguntamos dónde quedaba la fundación. Él nos dijo que íbamos a medio camino y nos ofreció darnos ‘ride’. Al llegar, nos entrevistaron y a los tres días ya estábamos trabajando’’. 

Pero esta primera impresión que la enfermera tuvo sobre el hogar se transformó durante su primer día de trabajo, al protagonizar el cálido recibimiento que todos le dieron. ‘‘Cuando vine el primer día recuerdo que había muchos niños en consulta y todos inmediatamente me preguntaron cómo me llamaba y me abrazaron. Yo no me esperaba eso, me quedé asombrada y pensé: ‘¡Qué bonito!’. Aquí me gusta y pues aquí me quedé’’. 

Y así, a sus 22 años, inició una labor que la seguiría llenando de satisfacción hasta el día de hoy. 

Sus jornadas se distribuían en turnos rotativos de 24 horas que, aunque no requerían de tanta tecnología como ahora, le suponían llevar el control de hasta 30 niños, incluidos bebés. Todo el día se atendían niños con distintas situaciones: problemas de piel, diarreas, fiebres, etc., pero a pesar del esfuerzo intenso que esto le exigía, recuerda que al final del día siempre se iba con una gran satisfacción de haber ayudado a los niños en ese momento y, sobre todo, cuando quedaban ya recuperados con una sonrisa. 

Procurar la salud de cada niño y niña se convertía en un trabajo en equipo entre Coni, tres enfermeras más y las señoritas que, en esa época, realizaban su año de servicio en el hogar, luego de haber finalizado el bachillerato. ‘‘Las niñas de Año Familiar nos ayudaban mucho. En la noche, ellas ya traían todas las pachas para cada niño y los pañales listos’’. 

UNA OPORTUNIDAD PARA SERVIR AL PRÓJIMO 

Obrar según la filosofía del Padre Wasson de servir al prójimo es algo que Consuelo ha aprendido gracias a diversas vivencias personales. Por ejemplo, cuando tuvo dificultades para que atendieran a su madre en un hospital; o cuando tuvo que pasar un tiempo separada de su bebé, durante la pandemia del Covid-19, para poder cumplir con sus labores de enfermería. ‘‘Es una ocasión de ayudar al prójimo. Uno lo hace por amor a los niños’’, señala. 

Y es que uno de los ideales que la guían en su labor diaria es el de ayudar no solo en el aspecto físico, sino también en el corazón: hacer su trabajo con empatía, como si se tratara de uno mismo. ‘‘Mi trabajo se enfoca no solamente en brindar salud, sino también en dar y recibir ese amor que cada niño y niña nos da. A mí me gusta ser solidaria con las personas y siento que de esta manera puedo ayudarles a aliviar su dolor. No solo se trata de darles una pastilla, sino de platicar y hacerlos sentir mejor’’, explica ella. 

Asimismo, reconoce que la mayor felicidad de su trabajo proviene de esos pequeños gestos que cada pequeño y pequeña tiene hacia ella. En sus palabras es: ‘‘Una gran alegría y satisfacción ver que ellos son tan agradecidos, demostrándolo en un abrazo, en un ‘la quiero mucho’, una flor, una cartita o lo que ellos nos puedan dar. Que me digan que gracias a un tratamiento que les di se sienten bien’’. 

También, otra de las grandes motivaciones que ha recibido al trabajar en NPH es la oportunidad de conectar con cada niño, adolescente y joven, y ser una figura de referencia. Tener un acercamiento con ellos, basado en la confianza que le depositan, para así poder aconsejarlos y ayudarlos de la mejor manera, fomentando el amor y el respeto hacia Dios, para que sean seres humanos de bien a la sociedad. 

Recuerda con especial cariño a aquellos niños, hoy convertidos en muchachos, que se acercaban con curiosidad para saber lo que ella hacía. Uno de ellos le preguntaba para qué servía cada instrumento, mientras le confesaba con entusiasmo que quería ser médico. Otro, le decía que quería ser enfermero y que le enseñara a hacer curaciones. Y un joven aprendió a tomar la presión arterial y otros signos vitales. Ahora, de esos tres muchachos, el primero concluyó sus estudios de Medicina, el segundo está próximo a finalizar la carrera de Enfermería, y el tercero ya inició su camino como enfermero. 

‘‘Me llena de satisfacción cuando los jóvenes que van a emprender una carrera universitaria me dicen que también serán enfermeros, y pienso: bueno, estoy haciendo un buen trabajo para que ellos quieran ser como yo, un profesional de la salud. Algo estoy haciendo bien para que ellos quieran hacer lo que yo hago’’, manifiesta Consuelo. 

A lo largo de estos 16 años que ella lleva siendo parte de la gran familia de NPH, su amor no ha hecho más que crecer; ansía que, al igual que ella, muchas personas más puedan ser parte de esta misión: ‘‘Conozcan NPH, cuando conozcan a los niños sentirán la gran necesidad de ser parte. Se van a encariñar demasiado y no van a querer salir. Siempre he pensado que es un lugar mágico, lleno de ese amor tan puro y sincero que brindan todos los niños y niñas’’. 

 ¡Anímate tú también a ser parte de esta aventura y a conocer más de este y otros testimonios que se viven en la familia más grande de El Salvador!