Veinticuatro años de amor y servicio: el testimonio de tía Loly

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Desde hace más de dos décadas, Dolores Bernal (conocida cariñosamente como ‘‘tía Loly’’) ha dedicado su vida al acompañamiento de generaciones de niñas que han formado parte del Programa de Cuidado Residencial que ofrece Nuestros Pequeños Hermanos El Salvador. Su historia refleja el amor, la fe y el servicio que inspiran el legado del Padre William Wasson y que siguen marcando vidas hasta el día de hoy.

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Mi historia en Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) comenzó en el año 2001, después de la pérdida de mi mamá. En ese momento le pedía a Dios un trabajo más cerca para poder estar más tiempo con mis hijos, aunque fuera por las noches. Fue entonces cuando se me brindó la oportunidad de conocer NPH El Salvador. Al inicio busqué trabajo por necesidad, pero con el tiempo nació en mí un profundo cariño y una gran admiración por la enorme labor que realiza esta familia, lo cual me hizo quedarme.

Al principio no fue tan sencillo adaptarme, ya que se cuidaban a muchos niños y niñas pequeñitos, 47 de ellos aún tomaban biberón y, siendo pocas educadoras, el trabajo era agotador. Poco a poco, sin embargo, nació el cariño y la identificación con cada uno de ellos, así como la admiración por el valioso trabajo que realizaban tanto el equipo local como las personas extranjeras. En NPH se vive realmente el amor incondicional, el trabajo, la fe, el servicio hacia el prójimo y la fraternidad entre todos.

Ser cuidadora y directora de la Casa de Niñas ha sido una experiencia muy bonita. Mi misión es educar y cuidar, aunque a veces también me toca mantenerme firme para corregir. Es un privilegio que Dios me ha permitido vivir. Uno de los mayores retos es acompañar las diferentes etapas de las niñas, adolescentes y señoritas, pero siempre busco apoyarme en el equipo y recordar que el cuidado integral debe ser como el de una madre: estar pendiente de todo y de cada detalle. Conocer a cada una es esencial, porque todas son diferentes, y la base de todo siempre es el amor.

Cuando una niña llega por primera vez al hogar, nos esforzamos en hacerla sentir bienvenida. Le damos un pequeño detalle, la presentamos con las personas que estarán a su cuidado y trabajamos de la mano con el equipo de psicología para acompañar su adaptación. La comprensión y la orientación son claves en ese proceso. Asimismo, con el tiempo, al conocerlas mejor, es fácil identificar cuando atraviesan un momento difícil. En esos casos les damos apoyo inmediato o buscamos los canales adecuados para brindarles la atención que necesitan.

El equilibrio entre lo emocional, lo educativo y lo disciplinario lo logramos creando vínculos de confianza. Ellas conocen sus derechos, pero también sus deberes, y con el manual de convivencia fortalecemos valores y normas compartidas. Además, realizamos actividades recreativas, deportivas, educativas y de convivencia contempladas dentro de un plan anual. Estos espacios, en los que las niñas también participan en la planificación, fortalecen su autoestima, autonomía y toma de decisiones, siguiendo siempre un modelo ‘‘cuasi familiar’’.

A lo largo de los años he visto cambios extraordinarios en las niñas. Es muy satisfactorio recordar cuando llegaron por primera vez y luego verlas triunfar. Una experiencia especial que guardo fue con una niña que llegó muy pequeña y, con el tiempo, se identificó mucho conmigo. Hoy, cada vez que alcanza un logro me busca para compartirlo conmigo e, incluso, me llama “mamá”. Es una gran bendición de Dios haber podido estar a su lado en su proceso, y ahora verla independiente y productiva en la sociedad.

En lo personal, NPH me ha enseñado a ser mejor ser humano y más comprensiva. Aquí he confirmado que todo se logra con amor y esfuerzo, y que cada niño, niña, adolescente y joven es valioso y debe ser cuidado con amor.

A lo largo de todos estos años hemos enfrentado desafíos como la pandemia, los cambios en las leyes del país y muchas transformaciones en el cuidado residencial. A pesar de ello, mi deseo siempre ha sido que la filosofía de nuestro fundador, el Padre William Wasson, no se pierda, y que las nuevas generaciones continúen con su ejemplo: servir a los más pequeños y trabajar por un mañana mejor. Hoy en día, los jóvenes enfrentan mayores desafíos y, por ello, su proyección debe ser aún más grande, recordando siempre que la familia es el pilar fundamental y que el amor, los proyectos, los logros y también las dificultades deben compartirse.

He visto muchos cambios en NPH a lo largo del tiempo: jóvenes que logran culminar sus carreras universitarias, programas comunitarios que impactan positivamente a familias enteras, y la implementación de una metodología cuasi familiar, que brinda un desarrollo más integral a los niños y niñas que viven en el hogar. Todo esto ha permitido que nuestra niñez y juventud siga en el camino para convertirse en miembros y líderes activos de la sociedad.

Por mi parte, el legado que quiero dejar a las niñas es que recuerden que siempre podemos ser mejores, y que cada acción que en su momento realicé fue por verlas crecer y alcanzar sus sueños. Me siento orgullosa de cada logro que alcanzan y agradecida con Dios por permitirme ser parte de sus vidas.

Sé que NPH seguirá siendo una influencia positiva para la niñez y la juventud en la medida en que nunca se pierda el amor con el que el Padre Wasson trabajó y soñó. Y estoy convencida de que cada paso que damos en beneficio de los demás recibe siempre la bendición de Dios.

 


El compromiso de colaboradoras como tía Loly demuestra que el verdadero cuidado se construye con amor, paciencia y dedicación. En NPH seguimos trabajando para que cada niño y niña crezca en un entorno familiar, lleno de valores y oportunidades, manteniendo vivo el sueño del Padre Wasson.