Marjorie: de ser cuidada a cuidar con amor

Subtitle Text Area

Desde el recuerdo de una niña que llegó buscando un hogar hasta convertirse en una guía para otras, esta es la historia de Marjorie*: un testimonio de gratitud, amor y superación dentro de la gran familia de Nuestros Pequeños Hermanos.

Subtitle Image Area

Llegué a Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) El Salvador, cuando tenía 11 años, junto a mi hermana, dos años menor. Recuerdo que nos brindaron la mejor atención y lo que más me impactó en ese momento fue sentir que, por primera vez en mucho tiempo, no estaba sola. Cuando llegué al hogar, venía con muchas emociones encima: tristeza, miedo, confusión…Pero también una esperanza silenciosa. Aunque al principio todo era nuevo y me costó adaptarme, lo que realmente me marcó fue el cariño con el que me recibieron. Recuerdo particularmente que una tía me tomó de la mano, me sonrió y me dijo: ‘‘Aquí ya no estás sola’’. Esa frase nunca se me olvidó, porque en ese momento sentí alivio y esperanza.

Durante mi infancia en el hogar hubo muchos momentos que me marcaron profundamente, tanto buenos como difíciles. Creo que NPH me ayudó a formar mi carácter y mi visión de la vida: a ser una persona disciplinada, a tomar decisiones y a mantener la confianza en mí misma.

Al pensar en alguna figura dentro del hogar que influyó positivamente en mi vida al crecer, puedo mencionar a una de las directoras de la Casa de Niñas, quien me ayudó a fomentar valores y ver lo mucho que tenía por delante.

Estudiar y crecer: el reto de equilibrar sueños y deberes

El proceso de estudiar y prepararme hasta obtener mi título universitario mientras crecía en el hogar, fue un camino lleno de retos, pero también de mucho aprendizaje y gratitud. No fue fácil equilibrar las responsabilidades del hogar con los estudios. Había momentos en los que sentía cansancio, presión, o incluso dudas sobre si sería capaz de lograrlo.

Uno de los mayores desafíos que tuve que enfrentar fue aprender a abrirme a los demás. Siempre fui una persona muy cerrada; me costaba confiar, hablar de lo que sentía y relacionarme con otros. En parte, eso venía de mis heridas del pasado, del miedo a ser rechazada o no entendida. Cuando entré a la universidad, ese lado tímido fue un obstáculo grande. Me costaba participar en clases, hacer trabajos en grupo y pedir ayuda. A veces sentía que no encajaba. Pero con el tiempo entendí que, si quería crecer, tenía que salir de mi zona de confort. Empecé a trabajar en mi autoestima, a escuchar más, a confiar un poco cada día.

Hoy en día soy graduada de la carrera ‘‘Técnico en Enfermería’’, y lo que me motivó a elegirla fue mi propia historia y las experiencias que viví en NPH. Crecer en el hogar me permitió ver de cerca la importancia de tener personas que te acompañen, te orienten y crean en ti. Siempre sentí el deseo de devolver lo que recibí, pero también de ayudar de una manera más profunda y profesional.

Con el tiempo, ese deseo se volvió más fuerte. Quería ser ese abrazo que calma, esa palabra que motiva, esa presencia que cambia una vida, tal como otros lo fueron para mí. No fue una decisión de un solo día, sino algo que fue creciendo en mí con cada experiencia, con cada niña a la que veía reflejada en mi propia historia. Sentí que tenía algo valioso que aportar: mi testimonio, mi empatía y mi compromiso de corazón.

Volver al hogar: de niña acogida a educadora

Eso me motivó a regresar a NPH desempeñando el rol de ‘‘educadora’’ (tía) de Casa de Niñas. Ese deseo de devolver algo al hogar, especialmente, el profundo agradecimiento que siento hacia esta familia que me vio crecer. NPH no solo me dio un lugar donde vivir; me dio amor, educación, estabilidad y la oportunidad de soñar con un futuro distinto. Me enseñaron que mi historia no me define y que yo podía construir algo mejor para mí misma.

Para mí, ser ‘‘tía’’ consiste en ser una guía y un ejemplo. Mi rol como cuidadora y educadora de las niñas en el hogar es una combinación de amor y compromiso constante. Más que simplemente cuidar de ellas, mi tarea es acompañarlas en su crecimiento, brindándoles un entorno seguro, lleno de cariño, respeto y estabilidad.

Cada día es una oportunidad para enseñarles con el ejemplo, no solo conocimientos básicos o hábitos diarios, sino también valores como la empatía, el respeto, la responsabilidad, la honestidad, el trabajo en equipo y el amor al prójimo.

Manejo mi relación con las niñas desde la empatía y el entendimiento profundo. Sé que muchas de ellas están pasando por momentos muy duros y, de cierta forma, puedo comprenderlas porque yo también viví situaciones similares. Eso me permite acercarme a ellas con un corazón abierto, sin juzgar y con mucha paciencia.

Trato de ser una figura en la que puedan confiar, alguien que no solo las cuida, sino que las escucha, las respeta y las acompaña en su proceso emocional. A veces, una palabra de aliento, un abrazo o simplemente estar presente puede hacer una gran diferencia. Me esfuerzo por crear un ambiente donde se sientan valoradas, seguras y libres para expresar lo que sienten, sabiendo que no están solas.

Hay muchas diferencias entre mi experiencia como niña en el hogar y ahora como adulta que trabaja aquí. Cuando era niña, vivía todo desde la mirada de un corazón herido, buscando cariño, protección y estabilidad. Recuerdo que las tías eran figuras importantes para mí, aunque a veces no entendía por qué se tomaban ciertas decisiones o por qué la vida era tan difícil. Ahora, también soy más consciente de lo importante que es estar presente de manera amorosa y constante, porque yo misma viví lo que significa que alguien te miré con ternura cuando más lo necesitas. Ser adulta aquí me ha permitido sanar muchas partes de mi historia, transformando el dolor en servicio y el pasado en una herramienta para acompañar a otras con empatía y fortaleza.

Ahora que yo trabajo con las niñas, puedo decir que valoro mucho más la labor de quienes me cuidaron, y eso me inspira a dar lo mejor de mí.

También, ser una «Hermana Mayor” en NPH es un honor y una gran responsabilidad. No se trata solo de tener más edad o experiencia, sino de ser un ejemplo, una guía y un apoyo para quienes vienen detrás. Significa demostrar con acciones los valores que aprendimos aquí. Es estar presente cuando una niña necesita un consejo, una palabra de aliento o simplemente alguien que la escuche. Es ayudarles a creer en sí mismas, recordarles que no están solas y que juntas formamos una familia que se cuida y se apoya.

Ser Hermana Mayor me recuerda lo mucho que he crecido y todo lo que he superado. Me inspira a seguir dando lo mejor de mí, no solo como trabajadora, sino como alguien que un día estuvo en el lugar de las niñas y niños, y hoy quiere ser una luz en su camino.

Cuando miro hacia atrás y veo todo lo que he vivido y logrado, me lleno de emoción. No ha sido un camino fácil, pero cada paso, cada caída y cada esfuerzo valieron la pena. Me siento profundamente agradecida con la vida, con Dios, y con NPH por haberme dado una segunda oportunidad y las herramientas para salir adelante.

Lo que me gustaría dejar para el futuro en NPH es una huella de amor, confianza y esperanza. Quisiera que las niñas recuerden que siempre hubo alguien que creyó en ellas, alguien que las valoró y que estuvo a su lado en los momentos difíciles. Me gustaría que aprendan a amarse, a luchar por sus sueños y a saber que su pasado no define su futuro.

En los próximos años me veo creciendo tanto personal como profesionalmente. Me gustaría seguir formándome, quizás estudiar algo relacionado con mi carrera como instrumentista quirúrgica. Mi mayor sueño es trabajar en un hospital o una clínica y, por ahora, estoy tratando de sacar cursos para fortalecer mi crecimiento.

Si pudiera cambiar o mejorar algo en la vida de los niños, niñas y jóvenes que están creciendo en NPH, me gustaría hacerlo basándome en mi propia experiencia. Una de esas cosas sería fortalecer el acompañamiento emocional. Muchas veces, cuando somos niños o adolescentes, llevamos heridas profundas que no siempre sabemos cómo expresar, y eso puede afectar nuestro desarrollo. Me gustaría que todos los niños, niñas y jóvenes de NPH siguieran teniendo acceso constante a espacios seguros donde puedan hablar, sanar y ser escuchados sin miedo ni juicio.

*Nombre modificado por motivos de privacidad.