Mi nombre es Rosa Osorio, conocida como tía Rosy, y hace ya muchos años, cuando apenas tenía 20, tuve el privilegio de entrar a trabajar en esta gran familia que el Padre Wasson formó.
Recuerdo que llegué un poco nerviosa, pero con sueños, y con muchas ganas de aprender… pero lo que no sabía era que, más que un trabajo, estaba por recibir una lección de vida.
El Padre Wasson no solo nos enseñaba con palabras, sino con el ejemplo. Su manera de escuchar, su forma de mirar a cada niño como único e irrepetible, me marcaron para siempre. Él creía que el amor era más poderoso que cualquier dificultad. Y ese amor lo transmitía en gestos sencillos: un saludo afectuoso, un consejo a tiempo, una sonrisa que animaba en días difíciles.
Recuerdo las veces que, en medio del cansancio, él nos decía: “No olviden que aquí trabajamos con corazones, no solo con manos”. A cada niño que acogía lo hacía sentir como su propio hijo. Yo tuve la bendición de ver cómo transformaba lágrimas en sonrisas. Y esas son imágenes que llevo grabadas en el alma.
En los pasillos, en las celebraciones, en las tardes tranquilas… su presencia era una luz que nos guiaba. Muchos de nosotros aprendimos a ser mejores personas gracias a él.
A veces pienso que su mayor obra no fueron los edificios ni los programas, sino las vidas que tocó. Y ahí, entre esas vidas, está la mía.
Siendo tan joven, él me enseñó el valor de la paciencia y la entrega. Me enseñó que servir es un privilegio; que cuidar de un niño es cuidar del futuro; que no importa cuán grande sea la tarea, siempre hay espacio para un gesto de amor.
El Padre Wasson nos dejó un legado que trasciende el tiempo. Hoy, aunque no esté físicamente, lo siento presente en cada risa de los niños y en cada acto de bondad que veo. Su voz sigue resonando en mi corazón, recordándome que el amor verdadero es el que se entrega sin esperar nada a cambio.
Quiero agradecer a Dios por haberme permitido cruzar mi camino con el suyo; y también, a todos los que forman parte de esta misión, por mantener viva su obra y su espíritu.
A mis 20 años entré a un trabajo… y encontré una familia. Encontré un maestro, un amigo, y un ejemplo de vida.
Gracias, Padre Wasson, por todo lo que fuiste y seguirás siendo para mí.
Siempre te recordaremos, siempre te amaremos.
Hoy en día, tía Rosy se desempeña como educadora en nuestro Centro de Bienestar Infantil (CBI), donde pone en práctica las enseñanzas que recibió del Padre Wasson. Con dedicación y cariño, acompaña a la primera infancia, sembrando en cada niño y niña valores de amor, respeto y esperanza que forman parte del legado vivo de NPH.