Veintiún años guiando con amor: la vocación de tía Maritza

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Desde hace más de dos décadas, Maritza Ruballos ha sido una figura clave en la vida de muchas niñas, niños y jóvenes que han crecido en Nuestros Pequeños Hermanos El Salvador. Su historia refleja el compromiso, el amor y la entrega que distinguen a quienes forman parte de esta gran familia. Ahora nos comparte cómo su trabajo, más que un empleo, se ha convertido en una vocación de vida.

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Llegué a Nuestros Pequeños Hermanos (NPH) El Salvador en octubre de 2003. En ese momento conocía a tía Juanita, quien era cocinera en la Casa de las Niñas en Santa Ana. Ella, junto con tía Paty, me ayudó a integrarme y comenzar como cuidadora de las niñas pequeñas.

Al principio, lo que me motivó fue la necesidad de trabajar: era madre soltera con apenas 19 años. Pero con el tiempo comencé a sentirme realmente parte de una familia. En ese entonces había casi 500 niños y niñas en el hogar, y ese ambiente familiar fue lo que me hizo quedarme.

Recuerdo que los primeros días fueron un gran reto, sobre todo por estar lejos de mi propia familia. Tenía turnos largos dentro de la casa cuidando a las niñas, pero también recuerdo con mucho cariño la convivencia con las 21 niñas de 6 y 7 años que estaban bajo mi cuidado.

Desde el inicio, los valores que aprendí en NPH —inspirados por el Padre Wasson— resonaron en mí y me motivaron a seguir. El amor mutuo entre niñas y cuidadoras era como el de una verdadera familia. Desde pequeñas, las niñas aprendían responsabilidad: ordenar sus camas, cumplir con su aseo. Y de los mismos niños aprendí el valor de compartir: dar aun lo poco que se tiene.

Hoy en día me desempeño como cuidadora de los jóvenes que cursan Bachillerato y Universidad en la Casa Juvenil San Francisco de Asís. Mi rol es orientarlos y acompañarlos de manera disciplinada y cariñosa al mismo tiempo, preparándolos para un camino exitoso y feliz dentro de la sociedad.

Guiar a jóvenes en esta transición de la adolescencia a la adultez no siempre es sencillo. Me toca abordar desafíos personales, emocionales o académicos de forma directa y personalizada, buscando siempre un equilibrio entre firmeza y cariño.

Cuando surgen frustraciones personales o académicas, trato de observar cambios en los chicos, conversar con ellos individualmente, buscar herramientas de apoyo, realizar acuerdos, evaluar resultados y, si no funcionan, continuar hasta encontrar la solución o estabilidad al problema.

Considero que lo fundamental para crear una relación de confianza con los jóvenes es creer en ellos: lograr que se sientan capaces de luchar y aprender cada día, aun cuando alcanzar una meta no sea fácil, especialmente cuando necesitan un referente que los impulse a salir adelante.

En este proceso, una de las historias que más me ha marcado fue la de una joven que estudió para ser chef profesional. Llegó a la Casa Juvenil con muchos miedos, insegura ante esta nueva etapa. Con el tiempo, gracias a su esfuerzo y al acompañamiento recibido, logró manejar cada situación y desenvolverse en su profesión. Más tarde trabajamos junto a ella en la inserción laboral; salió de NPH con empleo, y nos llena de alegría y orgullo saber que le va muy bien en un restaurante y que incluso fue ascendida de puesto.

Historias como esa reafirman lo esencial que es que los jóvenes adquieran habilidades clave antes de salir al mundo exterior. Desde su etapa como estudiantes deben aprender sobre responsabilidad, trabajo, solidaridad y honradez, para que así puedan ser buenas personas, practicando en su vida los pilares que NPH les ha brindado.

A lo largo de los años y hasta la actualidad, he sido testigo de cómo NPH se esfuerza cada vez más en ofrecer cuidados, educación y atención de calidad a sus jóvenes, adaptándose a sus nuevas realidades. Y nosotros, como educadores, seguimos practicando esos valores día a día, acompañándolos con programas y actividades pensadas para su desarrollo.

UN MENSAJE PARA LOS JÓVENES

A los jóvenes que están por pasar del Bachillerato a la Universidad, les deseo que, independientemente de la carrera que elijan, la culminen de la mejor manera; que obtengan oportunidades de empleo; que sean felices con lo que logren; y que nunca olviden sus raíces, para ser siempre agradecidos.

A los jóvenes que están por finalizar sus estudios y comenzar una nueva etapa fuera del hogar, les diría: nunca se den por vencidos. Son buenas personas, y sus valores no tienen por qué cambiar. La responsabilidad, la educación y la solidaridad deben estar siempre presentes en su vida diaria, y, si está en sus posibilidades, continúen estudiando.

Recuerden que NPH es su familia para siempre y que, de mi parte, siempre los vi como mis hijos. Me gustaría que, al mirar atrás, me recuerden como alguien que siempre se preocupó por ustedes y los apoyó en todo lo posible, como lo haría una madre.

Después de 21 años en NPH, me siento más comprometida que nunca, tanto en lo profesional como en lo personal, con cada uno de mis jóvenes y señoritas, quienes me han enseñado que “querer es poder” y que no existen limitantes más que en nuestros propios pensamientos.

En Nuestros Pequeños Hermanos creemos en el poder transformador del acompañamiento. Estamos comprometidos con el empoderamiento de la juventud, brindándoles un entorno en el que se sientan escuchados, apoyados y capaces de construir un futuro con esperanza, valores y oportunidades. ¡NPH es familia!